El 7 de julio, además de ser San Fermín, fue el día en que se aprobó la Ley de divorcio en España en 1981. No era la primera vez que los españoles gozábamos de la oportunidad de romper nuestras relaciones conyugales legalmente, pues ya durante la Segunda República Española se aprobó la primera Ley de divorcio, publicada el 11 de marzo de 1932. ¿Y qué pasó con esta primera Ley de divorcio republicana? Pues que tras el triunfo de Franco tras la Guerra civil española, el nuevo Estado Español anunció la derogación de la Ley de divorcio el 23 de septiembre de 1939 “la derogación de la legislación laica, devolviendo así a nuestras Leyes el sentido tradicional, que es el católico”. Con esta ley, se validaron todos los divorcios producidos durante la II República que se hubieran producido, pero si uno de los cónyuges lo pedía, se declararían nulos.

Una vez hecha esta breve reseña histórica, pasamos a la situación actual. Si dicen que las personas tenemos “la crisis de los 40”, ¿puede estar una Ley atravesando una crisis similar a la de las personas, ya que las leyes son elaboradas por éstas?

El tema del divorcio da para un amplio debate, aunque es incuestionable el hecho de que cada vez hay más separaciones. Es más, ni siquiera las podemos cuantificar porque muchísimas parejas no se casan ni se formalizan en ningún registro, por lo que tampoco realizan un trámite legal posterior, simplemente se van cada uno por su lado. Pero, si pudiéramos contar el número de separaciones reales y no solamente las que aparecen en las estadísticas de los registros civiles, alucinaríamos.

Antes no existía la Ley del divorcio, pero siempre ha existido el “ahí te quedas”

Hace tiempo, hablando con unos amigos de mis padres, personas ya de una cierta edad y con muchas vivencias, comentábamos lo difícil que era antes, cuando no podías dejar a tu marido. Pero esa mujer, me dijo una cosa que me resultó gracioso en aquel momento, y con el tiempo le he encontrado un sentido. Esa persona dijo: “antes no existía el divorcio pero siempre ha existido el “ahí te quedas””. Se produjo una carcajada generalizada en la mesa.

Es de aquellas cosas que te quedan rondando, y con el tiempo le encuentras el sentido. Tal vez no es el sentido que tuvo para ella cuando lo dijo, pero sí tiene un sentido para mí y es el siguiente: antes, al no existir la opción del divorcio con la libertad que podemos romper relaciones ahora, la gente trataba de solucionar los problemas, porque irse no era una opción. Por lo tanto, las personas invertían muchos esfuerzos o, tal vez no esfuerzo, simplemente toda su voluntad para solucionar los conflictos que pudieran ir surgiendo. Y no sólo solucionar conflictos, sino el poder aceptar al otro tal y como es, no buscar a personas a nuestra imagen y semejanza que, una vez bajadas las hormonas del enamoramiento inicial, de repente dejas de ver tu reflejo empezando ver al otro tal y como es y no como tú te imaginas que es, lo que lleva a muchas personas a una frustración insuperable que desemboca en ruptura, con todas las consecuencias.

Tal vez estamos ante la cultura del “usar y tirar”, incluso con las parejas. Antes se rompían unos zapatos y los arreglabas. Discutías con tu marido y lo arreglabas. Ahora, cuando unos zapatos ya pasan de moda, los cambias, y lo mismo hacemos a veces con las personas cuando “ya no nos sirven”.

Vivimos una cultura de usar y tirar, incluso con las parejas.

El hecho de poder acostarse con quien uno quiera libremente aunque lo acabe de conocer esa misma noche, sin entrar a juzgar si está bien o mal, hace que también haya embarazos prematuros de parejas no consolidadas, fruto de esa primera etapa hormonal, y luego cuando empezamos a poder ver al otro y tenemos el reto de un bebé recién nacido, nos encontramos con rupturas de parejas con bebés muy pequeñitos con los trastornos del apego que eso conlleva.

Con todo esto, me gustaría invitar a la siguiente reflexión: la ley del divorcio, ¿es realmente una liberación? La posibilidad de separarse libremente, ¿hace que no insistamos lo suficiente en solucionar los problemas? Y, hablando en términos de Bert Hellinger, ¿ha pasado de ser el divorcio un acto de mala conciencia (antes las familias veían mal el divorcio, era un fracaso) y ahora es el matrimonio un acto de mala conciencia, al darse permiso de hacerlo diferente y poder aceptar al otro tal y como es, aunque sea diferente de mí?

Volviendo a los antecedentes de la Ley de divorcio de 1932, cuando se aprobó, hubo resistencias porque se pensaba que era la antesala de una gran crisis del matrimonio o la institución familiar. Sin embargo, el índice de divorcios en 1936 era sólo de 165 por cada 1000 matrimonios, es decir, 0,165%. Irrisorio. Por lo tanto, las crisis matrimoniales tal vez se deban más al funcionamiento social (en 1932 todavía pesaba mucho el catolicismo como se vio en la derogación del ’39 y, aunque estuviera permitido, no estaría muy bien visto) que a la propia ley, que no es más que una consecuencia de la evolución de la sociedad.

¿Nos encontramos ante una evolución de la sociedad, en la que tenemos derecho a equivocarnos y rectificar o nos encontramos ante más mecanismos e huida cuando nos encontramos frente a situaciones que no nos gustan? ¿Es el divorcio un pasaporte hacia la libertad, o es el pasaporte a la cárcel del sufrimiento por no esforzarnos en aprender a aceptar al otro y crecer con él? ¿O tal vez inconscientemente me estoy separando en nombre de mi abuela, ya que ella no pudo?

Lanzo estas reflexiones que me hago yo misma como mujer, abogada, mamá y separada.

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