La buena y mala conciencia es un concepto de Bert Hellinger que nada tiene que ver con el significado que habitualmente en nuestra cultura le damos.

La buena conciencia (que no tiene nada que ver con ser bueno), es la que se presenta fiel a los mandatos familiares. ¿Qué quiere decir esto? Pues que, por ejemplo, si venimos de una familia de reconocidos médicos, se espera que también nosotros seamos médicos y muchas veces nos dejamos llevar por esa lealtad invisible (o fidelidad inconsciente), de hacer lo que nuestra familia espera de nosotros. O no lo que esperan, sino lo que nosotros pensamos que esperan. Yo realmente quiero ser cantante pero, ¡mi madre me mata! Por lo tanto, voy a “ser bueno” y seguir el mandato familiar que es ser médico… ¿Te suena esta historia?

En el otro lado, tenemos a la mala conciencia, que es la que permite la evolución al ir en contra, y no en el sentido bélico sino de ser diferente, a los mandatos familiares. Pues cuando lo hacemos desde la rebeldía, es porque realmente no hemos sabido emanciparnos emocionalmente de nuestros padres y nos enfadamos, lo que impide que tomemos otro rumbo. Si bien vengo de una familia de médicos, tengo claro que mi vocación es ser cantante y apostaré por una carrera musical, aun en contra de lo que mi familia quiere o espera, pero respetando su manera de hacer las cosas.

La mala conciencia significa evolucionar, ser libres de tomar nuestras propias decisiones, pero no desde la rebeldía sino desde la sabiduría, respetando lo que nos han inculcado en la familia dándonos el permiso para hacerlo diferente.

A veces es una ardua batalla, sobre todo con uno mismo y no tanto con la familia, pues muchas veces pensamos que se espera algo de nosotros cuando no es cierto, o tal vez lo sea porque han tenido otra educación y creen saber qué es lo mejor para nosotros. El reto está en poder ser fiel a uno mismo y mostrar lo que uno quiere con firmeza, sin necesidad de rebelarse, y bailando entre lo que nos gusta de nuestra familia y queremos que sea igual y lo que queremos cambiar, pero con el máximo respeto hacia ellos, aunque lo hagamos diferente. Pero es muy curioso cómo nuestra fidelidad nos lleva a hacer cosas absurdas a veces. Te contaré una historia:

Mi madre, siempre iba con tacones altísimos. A mí no me gustaba, porque todo el mundo la miraba, era algo llamativo nada propio de una madre de familia (o eso pensaba yo por aquel entonces), y me parecía fatal. Cuando me fui de casa y era una jovencita con ambiciones de altos vuelos, empecé a vestirme de forma que me viera atractiva y llevar tacones. En aquel momento, vivía en Barcelona. Concretamente en el barrio de Gracia, y trabajaba en la Rambla de Cataluña, es decir, tenía casi 3 km andando desde casa hasta el trabajo. Una compañera de trabajo, iba con unas bailarinas (zapatitos planos) y cuando llegaba al despacho se cambiaba y se ponía los tacones. Yo nunca dije nada, pero me parecía que no era lo “suficientemente” buena, pues eso de andar plana y luego ponerse tacones, no me parecía digno de una señora. Yo era mejor (o eso me creía), porque andaba 3km diarios con tacones de palmo.

Yo como tú mamá: con tacones.

Lo bueno fue cuando un día, al cabo de los años, me veo con mi madre y la descubro con zapato plano y cambiándose a tacones. Esgrimí un… ¡Qué haces! Me resultaba insultante, ¡qué hacía mi madre, que siempre había andado con taconazos, cambiándose de zapatos! Y me dijo: voy plana para ir cómoda, y luego me cambio. No me lo podía creer, mi mito se había caído al suelo. ¡O al sótano! Mi madre, sorprendida, no entendía nada. Le conté la historia de mi compañera de trabajo y lo que pensaba de ella, y que yo llevaba toda la vida andando con tacones, como ella (mi madre), y de repente la vi hacer eso que a mí me parecía de “no ser suficiente”. Se echó a reír y me dijo: Naihara, cuando tú eras pequeña, trabajaba en la misma calle de casa. No andaba más de 50 metros, o si tenía que ir a algún sitio en coche, solo tenía que ir de casa al parking. Ahora es diferente, ando más, y andar tanto con tacones, no hay pies que lo aguanten.

Pues este ha sido uno de mis grandes descubrimientos de la mala conciencia, para que veas hasta qué punto nos atrapan las fidelidades inconscientes, para ser como nuestros padres.

 

Suscríbete a la newletter y recibe gratis la guía de Derecho Sistémico para iniciarte en esta nueva manera de mirar al conflicto