Después de las charlas en dos universidades (San Martín y Javieriana) y la exposición en el Teatro Colón como causa del encuentro de jurisdicción ordinaria de la Corte Suprema de Colombia, terminamos (o empezamos) la semana con un nuevo taller en la Defensoría del Pueblo de Colombia:

Este taller fue eminentemente práctico y con mucho interés mostrado por todos los participantes. Empezamos, cómo no, impartiendo algo de teoría sobre los órdenes del amor (inclusión, jerarquía y equilibrio), seguido de una visualización para poner en práctica cómo nos sentimos cuando excluimos a alguien y cuando lo incluimos.

Tras esta visualización, el público muy participativo realizó una serie de preguntas que derivaron en la explicación de lo que es la buena y la mala conciencia, por lo que también se les explicó. Una vez explicados los conceptos, procedimos a una nueva visualización de cada uno de ellos frente a un conflicto. Nuevamente, pudieron experimentar las diferentes sensaciones en el cuerpo cuando uno pretende tener razón, que son bien diferentes de cuando uno puede ver y asentir al otro tal y como es, aumentando la capacidad de amar. Los testimonios de los participantes fueron muy positivos, habiendo podido experimentar muy buenas sensaciones.

Una vez calentados motores con estos ejercicios, Marcela hizo una intervención sobre cómo todos estos órdenes ocultos aplican al ejercicio de la profesión y a los derechos humanos. Tras su explicación, cedió el turno a Sami quien, tras explicar algo de teoría, se dispuso a preguntar si alguien tenía un caso para constelar. Un abogado levantó la mano y se procedió a la realización del trabajo. El conflicto lo plantea el abogado el padre y es el siguiente:

Una familia compuesta por papá, mamá, hija e hijo menores de edad (la niña algo mayor). Al parecer el padre ha castigado físicamente tanto al niño como a la niña, lo que ha desencadenado en un procedimiento judicial que todavía no está finalizado.

Sami pide un representante para cada integrante de la familia: papá, mamá, hija e hijo. Los hijos, se esconden detrás de la madre aparentemente aterrorizados. El padre les mira con desprecio. Se quedan en esa posición.

Entonces, Sami invita a salir al abogado de la familia y se posiciona en el centro, mirando a los “dos bandos” de la familia: mira al papá y a la mamá con sus dos hijos escondidos tras ella. Sigue sin haber movimiento.

Posteriormente, sale un personaje para representar la persona con la que el papá está ciegamente vinculada. No sabemos quién es, aunque le aporta tranquilidad al sistema.

Después, salgo yo misma a representar al juez. No quiero saber nada del asunto. De hecho, subo las escaleras del público y me quedo en lo alto completamente de espaldas a lo que está sucediendo. No puedo mirar. El abogado del padre sube las escaleras y se ubica frente a mí, lo que me provoca una reacción inmediata de huida y subo más escaleras para ponerme más arriba de las escaleras aún y así no tener que mirar.

Ante la falta de solución, piden que salga un representante defensor para la niña, que está más tensa que ninguno de los personajes. Sale Marcela en representación del Defensor, y no permite que nadie se acerque, ni el abogado, ni la jueza, ni nadie. La jueza, poco a poco, se va acercando. Con la figura del defensor se siente mejor: hay alguien que se hace cargo. El niño está bastante bien, pero la niña sigue aterrorizada.

Sami me pide que como jueza, dice sentencia para el papa, por lo que digo: “Yo, jueza al servicio de la justicia en virtud de las competencias que la Ley me confiere, en base a los hechos acaecidos te condeno a diez años de cárcel”. Automáticamente, sin pasar ni un solo segundo, el niño rompe a llorar llamando a su papá. A pesar de las palizas que le pegaba, le resultaba más doloroso perder a su papá diez años en la cárcel que el dolor que le propiciaba el castigo físico.

Con este ejercicio, podemos ver cómo la pena no aporta solución a la familia, pues la mujer queda muy apenada porque ama a su marido y el niño también. La que reacciona diferente es la hija, a quien tal vez haya que sacar del entorno familiar. No lo sabemos, ya nos habíamos pasado 45 minutos de la hora de finalización del taller y debíamos cortar el ejercicio, aunque se pudo mostrar lo que había: un papá actuando por amor ciego de una forma agresiva y una pena que causaba más daño a la familia que el propio maltrato.

Con esto no quiero decir, ni muchísimo menos, que apruebe el maltrato o que no deban aplicarse las penas. Simplemente, que obtener esta visión más amplia a veces nos hace contemplar posibilidades que antes no veíamos, y esas posibilidades aportan un mayor bienestar para todos los integrantes del sistema que, al fin y al cabo, es el objetivo del Derecho Sistémico.

Suscríbete a la newletter y recibe gratis la guía de Derecho Sistémico para iniciarte en esta nueva manera de mirar al conflicto